Pearl Jam en La Plata

La banda liderada por Eddie Vedder se presentó por segunda vez en la Argentina y festejó los 20 años de sus inicios
Pearl Jam en La Plata: sin palabras

La banda liderada por Eddie Vedder se presentó por segunda vez en la Argentina y festejó los 20 años de sus inicios
¿Qué es el grunge? Como pregunta existencial, el cuestionamiento acerca del significado de un concepto que primero fue subgénero musical pero que terminó convirtiéndose en forma de vida, en la definición de un lugar y una época, de una generación, no puede recibir una respuesta unívoca. El grunge, o la postal inalterable de un fragmento de la historia de la música más allá de su prolongación real en el tiempo, el grunge como zeitgeist, puede ser teorizado, puede intelectualizarse apelando a una serie de elementos que, sí, efectivamente lo definen de manera sonora y estilística, puede incluso resolverse en la enumeración de unos cuantos hitos. Pero el grunge es, y sigue siendo veinte años después de su contradictorio ingreso en la masividad, esto que se está sintiendo ahora. Un sentimiento confuso, mezcla de tristeza nostálgica y de iracunda liberación, eso que pasa cuando uno vuelve a enfrentarse con Pearl Jam después de seis años de espera. Acá, en el Estadio Único de La Plata, no hay condiciones prohibitivas; la sensación es sincronizada y es una sola porque todos buscan lo mismo: empardar la épica de aquellas noches de noviembre de 2005 o, mejor, dejar una nueva marca en el cuerpo y el recuerdo colectivo, una marca actualizada con la importancia de la coyuntura de la segunda visita.
1991, Seattle. Buenos Aires, 2011. Veinte años. El aniversario no-tan-arbitrario del comienzo del grunge como paradigma; la celebración de la persistencia de una banda que no se quebró ante los desgastes de la contingencia mientras el resto, pocas excepciones, se perdía en el pasaje hacia el recambio de milenio. Y con ellos se disolvía, también, la consistencia de esa cosmovisión apática, la rebeldía de un nihilismo imposible. De las tragedias de Kurt a Layne Staley; de Soundgarden (más allá de su resurrección en 2010) a Screaming Trees. Si a quince años de sus inicios, el mérito era haberse mantenido activos mediante la conservación de ese rock sucio y potente, ahora, con la suma Pearl Jam y Backspacer, con los dos ejemplos de la carrera solista de Vedder, con seis años más de supervivencia, la cosa es digna de toda esta entrega.
La edición de Ten, casi simultánea a la de Nevermind, la emergencia de una banda surgida a partir de las cenizas de otra, de una tragedia dolorosa, su desarrollo, sus relaciones con éxito y su lógica interna, sus miserias, su evolución, la definición de una escena; la cronología -detalles más, detalles menos- de la banda que Stone Gossard y Jeff Ament decidieron llevar adelante después de la muerte de Andy Wood y Mother Love Bone, reflejada en el documental dirigido por Cameron Crowe para el vigésimo aniversario de ese punto de partida, se refresca, reflota, cada vez que se hace consciente la improbable necesidad metafísica de vivir el tiempo presente. Esas imágenes ahora se confunden con las capturadas en aquellos Ferros y con estas; Pearl Jam cumple 20 años y lo festeja así: la edición de Live On Ten Legs, PJ20, la resurrección de Temple of The Dog en el festival curado y encabezado por ellos mismos, esta gira. Pearl Jam, y he aquí otro motivo de profundización de la emoción, vuelve cuando más se lo esperaba. El momento perfecto. El momento ideal, también, para volver a demostrar (porque nos encanta creerlo pero al mismo tiempo estamos seguros de que esta pasión se gesta en nuestras entrañas y se sublima en alaridos, sudor y lágrimas y porque, no, nadie canta las partes de guitarra, por el amor de Cristo) por qué el argentino es, en efecto, su mejor público. Vamos.
What the fuck is this world running to?
Lo que se ve sobre el escenario es, principalmente, el funcionamiento perfecto de una máquina de sangre. Un cuerpo monstruoso en el que todos constituyen órganos vitales. Una metáfora pelotuda hasta que confirmamos que cada tema, en efecto, es una muestra del movimiento sincronizado y circular de esas piezas encajando precisas en los huecos dejados por las otras. Gossard-McCready, Ament-Cameron, Vedder-McCready, Gossard-Vedder, Ament-Gossard. El tecladista Boom Gaspar como el aglutinante necesario. Cada tema o la imposibilidad de la ausencia de cualquiera de estos elementos, cada tema o la confirmación de que este equilibrio natural tampoco existiría sin la comunión con lo que pasa debajo (la devoción brutal quizás enardecida con el resentimiento por la decisión de dividir el campo en dos, una medida cautelar derivada del estigma Roskilde y confirmada con el pedido de Vedder, entre "Given To Fly" y "The Fixer", de que todos diéramos tres pasos para atrás para descomprimir el vallado). Somos parte.
Que las dos horas y media de show comenzaran con "Release" justificó esa reciprocidad: el Vedder más entregado, abriéndose, narrando la historia de sus miserias con su voz y con sus brazos al cielo; Vedder diciendo "soy esto", exigiendo la liberación y encontrándola en esa entrega emotiva. La agresividad conceptual y sonora de Vs, representada en la base Ament-Cameron del inicio de "Go" corta la onda pero define el recorrido bipolar de la lista que, después de estos dos, continuará con otros 30 (treinta) más divididos en tres segmentos. Acá Vedder se transforma y empiezan las muestras de una verdad absoluta que terminará de constatarse en el mismísimo final cuando se quede solo terminando "Yellow Ledbetter", Eddie esté fumándose ese pucho poscoito y Gossard se esté poniendo su camisa a cuadros para salir del escenario: Mike (Fuckin) McCready es todo. La excepcionalidad de un virtuosismo sutil, callado, con explosiones sorpresivas, solos veloces y violentos ("Alive", que decora de principio a fin pero remata con protagonismo impetuoso, por ejemplo) o la constancia de un fraseo tranquilo que se superpone y sobresale sobre la fundamental base Gossard (como en "Hail Hail"). McCready cierra los ojos antes de, también, entregarse al dominio de su instrumento y dejarse llevar. Parece que todos estamos en la misma.
No longer a solitary man
A esta altura, verlo a Vedder como el último portavoz de la Generación X resulta no sólo anacrónico sino también harto reduccionista: cientos de estos pibes tienen la edad de Ten, incluso menos. Vedder, más que su voz ronca y sus cualidades de enterteiner adquiridas, es el nexo viviente que los conecta (a esos pibes y al resto también) con los cimientos tristes, furiosos y combativos, con el idealismo negativo de aquella cosmovisión que ayudó a definir y que mamó del punk ochentoso (la elección de X como banda soporte no fue azarosa; Vedder de hecho subió a cantar un tema junto a los veteranos Exene y John Doe) principalmente su rechazo a todo; Vedder conecta con el Vedder de veintipico y crenchas salvajes y recupera el desgarro corporal, mental, vocal e ideológico. Es extremista. Croonea en "Release", como dijimos, combina esas cualidades de trovador susurrante con alaridos desgarradores mientras suda, llora o se ríe o todo al mismo tiempo, como en "Given To Fly" y el comienzo de "Life Wasted" con sus versos cantados a capella. O la dupla "Just Breathe"-"Garden", o cómo unir el reciente Backspacer y a Ten en un mismo golpe bajo en el inicio del segundo bloque. Y también (Vedder, quién más) combate con pulso metalero. Te deja pelotudo y vuelve para escupirte en la cara, (casi) literalmente con el anarkopunk breve de "Lukin", "Why Go" o "Blood", growlin incluido, mientras salta, corre, se dobla, agita y toma, toma y toma. Mete armónica en "Smile" y agrega seis cuerdas con su propio virtuosismo como en el jam final de "Better Man", con Gossard en la acústica, a tres violas.



Vedder, acá, es el hilo que une con toda la mística de este grunge pero también con la charla entablada en los Ferros, nuevamente buscada y encontrada. Por eso todo explota cuando se lo escucha leer en castellano "Qué bueno estar de vuelta" o se lo nota otra vez extasiado ante ese rasgo distintivo, la capacidad incomparable de corear los fraseos de guitarra. Lo mismo cuando homenajea a sus ídolos y cuenta que la primera vez que vino a la Argentina fue hace quince años, para acompañar a los Ramones en su última gira, antes del cover tan necesario "I Believe In Miracles". Y cuando se queda mudo con los "Oléolépearljamesunsentimientonopuedoparar" y, confiesa (porque la demagogia no es un factor posible, no, y no corre ningún riesgo de quedar como adulador impostado): "No tengo palabras".
Try to forget this, try to erase this
Esos "Olés", los "Oh-ohs" de cada fraseo y hasta los "Ih, ih, ihs" que le marcamos a Vedder (en "Jeremy", claro), son nuestras líneas de diálogo, nuestras intervenciones constantes. Pero, por momentos, debajo del escenario también faltan las palabras. Como cuando se cierran las miles de gargantas ante el cover de "Mother" de Pink Floyd (que tocaron recientemente en el show de Jimmy Fallon, durante la semana del lanzamiento de las obras remasterizadas de la banda de Roger Waters), indescriptiblemente perfecta versión de un clásico de por sí perfecto. Y todo se termina de estrujar, desde la boca al estómago, porque "Mother" sigue con "Black". Igual, muriendo por dentro, cantamos; como sea, como salga: cantamos.
De los tres bloques, varias muestras de la esencia PJ a lo largo de la historia. Desde "Porch" (de Ten y otra caricia, porque el Live On Ten Legs incluye su registro en la Argentina), pasando por "Do The Evolution" de Yield hasta "Supersonic" de Backspacer. "Rockin in The Free World", cover de Neil Young, el recuerdo de Mirror Ball, con la emoción por terminar o terminándose aún más rápidamente por el encendido inexplicable de todas las luces del estadio. Quizás una jugada del destino para que hacer de esta postal de cierre (Vedder tomándose una último trago sentado y fumando al borde del escenario, después de dar unas vueltas por abajo y McCready siguiendo solo, el resto levantando campamento), otro recuerdo inolvidable. Tratá de borrarlo.
Por Yamila Trautman para la rollingstone.com.ar

Creamfields 2011

Una vez más, el festival de música electrónica convocó más de 50 mil personas en el autódromo de Buenos Aires Creamfields 2011: el dancefloor más fuerte del mundo

Una vez más, el festival de música electrónica convocó más de 50 mil personas en el autódromo de Buenos Aires


GaleríaCreamfields 2011"Hagamos de esto la mejor fiesta del mundo otra vez", decía al mic David Guetta mientras cerraba su set consagratorio en Creamfields Buenos Aires, y el pedido del Superstar DJ y productor francés se materializaba en el Autódromo de Buenos Aires: más de 50 mil personas yendo y viniendo entre siete escenarios, entre avalanchas de beats dispares de los más de 60 artistas que actuaron y mucho paso de baile comprometido con lo que salía de las torres de sonido.

La presentación de la megaestrella que trascendió las fronteras del dance para convertirse en una figura del mundo pop marcó el pulso de la noche. Un gran número de público se mantuvo frente al Main Stage hasta que tocó el francés para tener una buena ubicación para ver el show con el que se plantó un paso más arriba que el resto: su cabina estaba armada a dos metros y medio del piso. Envuelto en pantallas HD y con sus robots bailarines gigantes, estuvo enfocado en presentar los tracks de su último disco Nothing But The Beat.Antes de Guetta, el festival se movió con su comportamiento clásico. La Cream Arena como un club aparte, con su grey estable, amante de los sonidos progresivos formado bajo la influencia de Hernán Cattaneo -el host ideal para las visitas de ese espacio: John Digweed, Danny Howells y Gui Boratto-.
Mientras, en la arena 1, el francés Busy P -Pedro Winter, el dueño de Ed Banger Records, donde editan sus compatriotas Justice- mezcló un poco de dubstep con el french touch 2.0 y dio paso a Afrojack, el holandés que tiene todo para seguir los pasos de Guetta tanto a nivel global (asaltar los podios de los charts) como por su relación con los argentinos. Incluso, el francés puso en su sesión el último track de Afrojack, "Lionheart", lo hizo subir al escenario y lo bendijo frente a la multitud.
Groove Armada presentó su nueva propuesta Red Light cuando la noche ya había llegado a Lugano, mostrando su muñeca para darle un upgrade a un clásico DJ Set: con cámaras en vivo, manipulaban sus imágenes aprovechando la definición de las pantallas. Aunque repetitivo, el recurso resultó buen maridaje para sus nuevas producciones.
Por primera vez el género trance tuvo un espacio exclusivo y, como Cream Arena, Nation Arena fue una isla alejada de todo lo que pasaba detrás del paredón que la separaba del resto del festival: entre otros, por allí pasaron Giuseppe Ottaviani, uno de los más esperados por el público local, y Cristopher Lawrence, que visita tras visita genera más empatía con su séquito de seguidores que parece inagotable.
Ellen Allien le puso elegancia a la cabina de la Delta 90.3 FM Arena: con ritmo, estilo y delicadeza, la dj, productora, diseñadora y dueña del sello BPitch Control hizo mover a los pocos que eligieron comenzar la noche con Techno. En la Arena 2 -la carpa de Cocoon, el label de una leyenda de las bandejas Svën Vath-, la fórmula del argentino Guti + el británico Jamie Jones + el extrovertido norteamericano Seth Troxler (que cerró su set con Prince) enfrentó a una pista que por momentos tuvo menos gente que en los otros espacios aunque nunca bajó en intensidad.
Una vez terminado el set de Guetta, en la Cream Arena Digweed hacía su trabajo frente a un dancefloor repleto, en la Arena 1 Pete Tong usaba su ojo clínico para seleccionar hits y Vath lucía su mejor traje old school tocando con vinilos -que en estos días es casi como una rareza-. La experiencia les alcanzó para recibir al público que llegaba del Main Stage con ganas de cerrar el festival de la mejor manera posible.
En otro de los closing sets, Miss Kittin se calzó los auriculares blancos y agarró el mic para el broche de oro de la Delta 90.3 Arena, mientras que en la Arena 1 Laidback Luke terminó con un set con tracks, remixes y re-edits de su autoría.
De nuevo en el escenario principal, Above And Beyond bajó el telón del festival frente al público que gastaba sus últimos cartuchos de baile con los primeros rayos de sol golpeando en la frente. Horas después del final de Creamfields, el trío británico escribió en su cuenta oficial de Twitter junto a una foto del amanecer en Buenos Aires: "Que alguien invente la máquina del tiempo para poder hacer esto de nuevo". No hace falta ningún Doc Brow o Delorean: en 12 meses nos vemos otra vez.
Por Emilio Zavaley para la rollingstone.com.ar