Creamfields UK



¡El que salta es un inglés!
En plena campiña británica, 40.000 fanáticos de la música electrónica se juntan para su ritual anual. Y entre las pistas, las carpas y el pasto embarrado, confirman que el dance genera pasión futbolera.

"It's better than sex!", se emociona el tal Callaghan y empieza a sacudir la pelvis en inequívoco gesto, excitado por el inminente set del DJ canadiense Deadmau5. "¡Es mejor que el sexo!", insiste mi fugaz amigo (todos los amigos son fugaces en Creamfields; no duran siquiera una canción, apenas: unos pasos de baile) y, por la definición, arriesgo que no gozó de mucha suerte romántica. Es cierto: el set de Deadmau5 sacude el escenario principal como número de semifondo en la primera noche del megafestival electrónico, en su versión original y británica (pero ni se compara con una noche de amor intenso). Y donde la escueta reseña biográfica diga que este pinchadiscos nació en el Niágara, la asociación fácil emparenta la catarata con la tormenta que cae justo ahora, cuando otro artista promete "all the best" y Johnny, también fugaz amigo, grita "all the breast" ("todas las tetas") y deja a su novia con los pechos al aire, empapados por el chaparrón.Si Las Vegas es la Disneylandia de los adultos, Creamfields UK perdura como el parque de diversiones para los kidults: boludones disfrazados del dinosaurio Barney o vomitonas ante la sacudida de un Samba que hace del Italpark un ascensor de geriátrico. Es el último fin de semana de agosto y la tradición impone que sea largo, para celebrar el final del verano británico: allá por 1871, y consternado por la posibilidad de perderse un partido de cricket entre su pueblo y la comarca vecina, un célebre Sir John Lubbock decretó el lunes feliz. En este Reino tan tradicional la costumbre se mantiene. Y alienta a 40.000 bailarines ingleses a tomar la ruta M56 hasta Daresbury, un paraje en el medio de la nada con 216 habitantes (según el último censo oficial, del año 2001) y una efeméride notable: aquí mismo nació el reverendo Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas, primer escritor lisérgico y benefactor de todas las niñas del mundo. Alucinadas, ellas bailan solas: casi 150 años después del hito literario, salen de la madriguera y corretean entre las carpas que le rezan al catecismo discotequero (Chibuku) o que festejan el dubstep como el nuevo pop del país (Ape), según la definición del entendido DJ Campeón. Las nínfulas, esas adolescentes lampiñas pero ya erotizadas, se entregan al baile y exprimen los últimos calorcitos."Are you ready for the weekend?", pregunta el escocés Calvin Harris, parafraseando su hit y acompañado de una banda de guitarra, teclado, batería, timbales y coro, con la que toca su discazo homónimo. Aquello de "prepararse para el fin de semana" es justo y necesario: aquí el festival dura sábado y domingo, en maratón electrónica donde se mezclaron los popes David Guetta o Tiësto con el ascendente Deadmau5, los números fijos Hernán Cattáneo, Ferry Corsten, Armin van Buuren y Paul van Dyk con Richie Hawtin reinventado (ahora, bajo su alias Plastikman), los consagrados Audiobullys con los nuevos dueños de la pista (y de toda una carpa), el trío de rubios Swedish House Mafia, emigrados de Estocolmo.
Los bailarines duermen en un camping contiguo, en claro tributo a la tradición festivalera de Gran Bretaña: por 110 libras esterlinas (casi 800 pesos criollos), el ticket provee acceso al campamento y al festival. Y si la prensa lugareña destaca que el público es "mayoritariamente de Liverpool, el norte de Londres e Irlanda", la referencia al conurbano working-class explica la multitud de hooligans que bailan electrónica: mientras los fanáticos acá no perdonan la "traición" (sic) de Javier Mascherano por su pase del Liverpool al Barcelona, el pasto se embarra y la pista casi se convierte en una cancha."¿Te digo la verdad? No lo entiendo: yo no lo haría por nadie", le confiesa Hernán Cattáneo a este periodista del Sí!, frente a la evidencia del fanatismo incondicional: uno que se tatuó en el brazo la cara del DJ argentino (los hoyuelos, los rulos, los ojitos claros, ¡todo!). Es que la electrónica se asimiló a la pasión futbolera. Ahí donde el rock dio letra y música al cantito de la tribuna, el dance ofrece una descarga de endorfinas y la posibilidad de armar hinchada: unos con camisetas de Tiësto y otros de Guetta, diez barrabravas de discoteca se manotean pero no llegan a las piñas. Si a principios de este siglo un rockstar (ex) twittero decretó, en menos de 140 caracteres, que "el rock se futboludizó", casi diez años después el diagnóstico confirma: el dance sigue siendo canchero.fuente si clarin Por: Nicolás Artusi, Enviado especial a Daresbury, Inglaterra